Reseña: La chica del tren, de Paula Hawkins

sábado, 29 de agosto de 2015


Planeta 2015 496 páginas


¿Estabas en el tren de las 8.04? ¿Viste algo sospechoso? Rachel, sí. Rachel toma siempre el tren de las 8.04 h. Cada mañana lo mismo: el mismo paisaje, las mismas casas… y la misma parada en la señal roja. Son solo unos segundos, pero le permiten observar a una pareja desayunando en su terraza. Siente que los conoce y se inventa unos nombres para ellos: Jess y Jason. Su vida es perfecta, no como la suya. Pero un día ve algo. Sucede muy deprisa, pero es suficiente. ¿Y si Jess y Jason no son tan felices como ella cree? ¿Y si nada es lo que parece? Tú no la conoces. Ella a ti, sí.

Reseña

Siempre pico. Me ponen delante un thriller superventas del que todo el mundo habla y pico. La chica del tren se me cruzó por delante una tarde de domingo y, a la mañana siguiente, ya lo había terminado. Ahí se acaba lo bueno de esta historia que comienza con un tren. El de las 8.04. El que Rachel toma todas la mañanas. Y desde el que ve la vida perfecta que Jason y Jess, un joven matrimonio del que no sabe nada, llevan en una de las casas que ella contempla cada día a lo largo del recorrido de las vías. Entonces, la mujer a la que observa todas las mañanas desaparece en una noche de sábado de la que Rachel no recuerda nada.

Hacía tiempo que no me encontraba con un conjunto de personajes tan detestables. Probablemente desde Perdida. Rachel es una alcohólica que ha perdido el control sobre su vida y que, en lugar de inspirar compasión, llega a ser repulsiva y exasperante. No es lo peor con lo que el lector se encuentra. Por las páginas de La chica del tren desfilan otros cinco personajes principales, cada uno con sus secretos y sus miserias. Ninguno de ellos consigue arrancar el menor atisbo de empatía.

Hacía tiempo, también, que no leía una novela con tanto tufo a telefilme de sobremesa. Sí, probablemente desde Perdida. Las comparaciones entre ambos libros son recurrentes en todas las entrevistas que le hacen a su autora, Paula Hawkins, una periodista británica que ya había escrito varias novelas románticas sin apenas reconocimiento. Las dos novelas han sido un éxito fulminante, tejido alrededor de la desaparición de una mujer joven y guapa, y aderezado con maridos sospechosos y relaciones amorosas destructivas que se derrumban. Ahí terminan las similitudes.

Perdida, con todas sus incongruencias y ese personaje principal totalmente histérico y sacado de tiesto, guardaba un giro en el argumento que nadie se podía esperar. En La chica del tren, ni siquiera hay ese pequeño consuelo, sino que el final se ve venir desde la mitad del libro. Y eso que yo soy de ese tipo de lectores que nunca, nunca adivina quién es el asesino. De hecho, me pasé las últimas 50 páginas pensando que, en el último momento, la historia iba a dar otro giro. Buscaba pistas escondidas en cualquier frase y sonrisa de los personajes. Pero no ocurrió nada más... excepto que el final resultó ser tan decepcionante como ya preveía.

Le reconozco a La chica del tren que la historia comienza muy bien. La lectura es ágil, el ritmo es relativamente rápido, los capítulos se desarrollan en una atmósfera de paranoia muy conseguida y el argumento parte de ciertas premisas que resultan muy atractivas. El tren que nos lleva cada día al trabajo, desde el que vemos pasar por delante de nuestros ojos vidas captadas en milésimas de segundo y de las que no tenemos mayor idea que esa foto fija. La curiosidad por el día a día de los demás, por saber qué ocurre tras las puertas cerradas y las persianas bajadas. La necesidad de sentirse parte del algo, aunque ese algo sea una historia oscura y violenta. Lástima que lo que tan bien comienza, termine siendo otro atajo de lugares comunes y escenarios trillados.


lo mejor
Es de ese tipo de libros que se leen en un suspiro, sin apenas esfuerzo. Comienza muy bien, aunque luego se desinfle. Buena parte de la acción se desarrolla en una atmósfera paranoica muy creíble.
lo peor
Los personajes son detestables, el final resulta previsible, el argumento cae rápidamente en tópicos dignos de un mal telefilme y al final queda la sensación de que, aunque la premisa era buena, la autora no ha sabido aprovecharla.


Nuevos vecinos en la estantería #7

miércoles, 26 de agosto de 2015



Creía que no tenía mucho material nuevo que enseñar porque estos meses me he reprimido mucho de ir a librerías (o de entrar en Amazon, o en Booky, o en...), pero he juntado mis últimas adquisiciones para la foto y cuento más de las que pensaba. Algunas ya están leídas, otras esperan su turno.

La chica del tren, de Paula Hawkins. Ese libro del que no puedes escapar este verano. Campaña de marketing perfecta para un completo bluff. Tengo la reseña ya preparada y lo único bueno que puedo decir es que, por lo menos, se lee de una sentada.

El temor de un hombre sabio, de Patrick Rothfuss. Reciclado de la entrada de libros para leer con mapas. Es la segunda parte de las Crónicas de un asesino con reyes, lleva casi un mes en mi estantería y el primer libro me gustó tanto que el único motivo para que no le haya hincado ya el diente es una pésima combinación entre lo tocho que es + ya estamos casi en septiembre + voy de culo con mi reto de leer 45 libros este año.

Persuasión, de Jane Austen. La joya. Me enamoré de estas ediciones especiales de Penguin de la obra de Jane Austen hace unos meses cuando vi una foto en Internet. En marzo fui a Nueva York y ahí estaban, en Barnes & Noble: tan bonitas, tan caras, mi bolsillo tan vacío... solo me pude llevar uno.

Isla and the happily ever after, de Stephanie Perkins. Me gustó Ana, Lola me dejó fría y todavía tengo esperanzas en Isla. Aunque solo sea porque Nueva York aparece como telón de fondo en el último libro de la trilogía de historias de amor juvenil de Perkins. Nota aparte, totalmente irrelevante: qué monas quedan en la estantería.

Red queen, de Victoria Aveyard. Lo mencionaba también en mi última entrada sobre libros para leer con un mapa en la mano y, desde entonces, me lo he ventilado. Es el primero de una trilogía juvenil de fantasía hypeada hasta la saciedad y, aunque no me ha vuelto loca, promete.

Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez. Me había marcado como propósito lector de 2015 sacar de la estantería Cien años de soledad para sacudirle el polvo y leerlo de una vez. Voy a ser honesta: este año no va a ocurrir. Pero quiero estrenarme con Gabo igualmente, así que su primer libro me parece una buena forma de hacerlo.

Cinco libros para... leer con un mapa

domingo, 23 de agosto de 2015


Algunos libros no necesitan ni siquiera un índice para situar al lector; le llevan de un lado para otro sin darle ni una pista para que pueda saber dónde se encuentra en cada momento de la historia. Pero hay otros en los que un buen mapa no solo nos sacará de un apuro, sino que va a ser un instrumento imprescindible para leer. Como la luz y el marca páginas.

Y yo no puedo evitarlo. Cuando abro un libro y lo primero con lo que me encuentro es un mapa, siempre pienso que ese es un gran comienzo. Así que aquí van cinco títulos en los que vais a necesitar saber por dónde pisáis. 

Saga Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin. Sí, Invernalia está al norte y Dorne, al sur. Pero, ¿y todo lo que queda en el medio? ¿Y lo que está más allá de las tierras de Poniente? ¿Y esos nombres de ciudades, lagos, caminos, colinas y demás fauna topográfica con la que Martin llena páginas y páginas de sus libros (esos que ahora prefiere no escribir para spoilearnos a los lectores que no vemos la serie)? Si todavía no has empezado la saga, asúmelo: vas a tener que leerla con un mapa en la mano. 

Saga Crónica del asesino de reyes, de Patrick Rothfuss. La geografía de Temerant, el mundo en el que se desarrolla esta saga también fantástica y también incompleta, es menos compleja que la de Juego de Tronos, pero ir con brújula entre sus páginas es igual de necesario. En el primer libro, al menos, lo único realmente imprescindible es saber dónde queda la Universidad, en cuyos dominios se desarrolla la mayor parte de la historia. Creo que con el segundo, que espero empezar en breve, voy a tener que consultar más a menudo el mapa.

Red queen, de Victoria Avenyard. Otro de esos libros que, antes de empezar con las letras y los párrafos, lo hace con los planos. La historia se desarrolla en Norta, un reino en guerra a medio camino entre lo medieval y lo actual, gobernado por una especie de semidioses con poderes mágicos, los Plateados, que tienen oprimidos a los Rojos, meros mortales. Es una trilogía juvenil, de la que seguro que ya habéis oído hablar y mucho porque este otoño se publica el primer y, de momento único libro disponible, en español.

Kioto, de Yasunari Kawabata. Porque no solo la fantasía tiene sus propias coordenadas. Kioto no incluye ningún mapa entre sus páginas, pero mientras lo leía me vi consultando Google varias veces para ubicar todos esos rincones de la antigua capital japonesa que Kawabata menciona en su novela. La historia gira alrededor del momento en el que Chieko, una joven criada por una familia de comerciantes, descubre que tiene una hermana melliza. Pero al final me quedé con la sensación de que la ciudad, con sus secretos y su melancolía de lo que una vez fue, es la verdadera protagonista.

El Imperio, de Ryszard Kapuscinski. En teoría, lo que cuenta en sus crónicas y en sus libros este periodista polaco, gran reportero del siglo XX, es el relato de lo que ocurrió en realidad, libre de toda ficción. En la práctica, algunos han dudado de la veracidad al cien por cien de sus grandes reportajes, escritos con tanto detalle que es humanamente imposible que todo lo que cuenta sucediera tal y como lo cuenta. Pero qué bien lo hace. El Imperio recopila varios de los viajes que realizó a la URSS. Entre 1989 y 1991, con el sistema a punto de derrumbarse, Kapuscinski visitó 15 territorios diferentes. Sí, 15. Y yo, que soy nula en geografía, no tuve más remedio que echar mano de Google casi en cada página.

Reseña: American Gods, de Neil Gaiman

jueves, 20 de agosto de 2015


Roca Editorial 2001 560 páginas


Días antes de salir de prisión, la mujer de Sombra, Laura, muere en un misterioso accidente de coche. Aturdido por el dolor, emprende el regreso a casa. En el avión, se encontrará con el enigmático señor Miércoles, que dice ser un refugiado de una guerra antigua, un dios y también el rey de América. Juntos se embarcan en un viaje extraño a través de los Estados Unidos, mientras una tormenta de dimensiones épicas amenaza con desencadenarse.


Reseña

Empecé a leer American Gods con miedo y una brújula. Con miedo porque había escuchado tantas cosas buenas sobre el autor, que la historia entre Neil Gaiman y yo solo podía tener un final posible, el de la decepción. Y con una brújula, la que el propio autor nos da en la nota que sirve de preludio a la historia. Gaiman se hizo una pregunta antes de empezar a escribir: ¿qué ocurre con los dioses y con los mitos una vez que aquellos que les alimentan con su fe deciden emigrar? Esa es la misma pregunta que me sirvió de guía para adentrarme en el viaje por carretera a través de Estados Unidos que emprende Sombra, un expresidiario que, tras perder a su mujer, comienza a trabajar para un timador. El señor Wednesday resulta ser un dios. Y hay muchos más como él ahí fuera.

Casi 500 páginas y cientos de kilómetros recorridos después, todavía no sé de qué va American Gods. Y ese es el mejor piropo que le puedo echar. Contaba Gaiman en una entrevista poco después de que se publicara, en 2001, que una periodista había intentado sonsacarle una definición de su obra en apenas una frase. "Es un libro de asesinatos", respondió él. "Pero, ¿no es ciencia ficción?". "Sí, si lo quieres mirar de esa manera". "¿Es un thriller?". "Espero que sí": "¿Fantasía?". "Sí". "¿Terror?". "Sí, y también es literatura mainstream".

Thriller, fantasía, ciencia ficción, una historia de amor y también un cuento sobre la identidad de Estados Unidos. Nunca lo etiquetarán como gran novela americana, ese gran cajón de historias serias que aspiran a retratar y a captar la esencia estadounidense en una etapa histórica concreta, pero bajo todas las capas de fantasía y mitología, de dioses venidos a menos y de fieles que se han olvidado de ellos, American Gods es una radiografía precisa del país... irónicamente escrita por la pluma de un inglés. Gaiman muestra un pueblo que se sostiene sobre las raíces de la inmigración, una tierra que no es en absoluto un buen lugar para los dioses, pero en la que las deidades (las antiguas y las nuevas: la televisión, la tecnología, el éxito...) se adaptan como propias para poco después tirarlas a a la basura a un ritmo vertiginoso.

Yo añadiría que American Gods es, sobre todo, una historia de timadores y de trucos de magia. Y el primero en ponerlos en práctica es el propio Gaiman, que distrae la atención del lector para ocultar partes importantes de la acción en el mejor lugar en el que se puede esconder algo: justo debajo de nuestras narices. El argumento da tantas vueltas, está tan cargado de detalles y de metáforas, de subtramas y de carreteras secundarias, que si miras hacia el lugar incorrecto de la página, te estás perdiendo algo. Y Gaiman consigue que mires hacia otro lado siempre que él quiera.

Lo más sorprendente de todo es la facilidad con la que esa historia tan compleja y tan llena de todo (de personajes, de significados, de lugares) se va desarrollando. Es de ese clase tan insólita de libros en los que puedes llevar 100, 200, 300 páginas leídas sin tener ni idea de hacia dónde pretende llevarte el autor. Pero, ¿qué importa? Está tan bien escrito, que eso es lo de menos.


lo mejor
Es aquella máxima de hacer pasar por fácil algo tremendamente complicado hecha libro. Vas a ciegas durante la mayor parte del camino, pero con la certeza de que el conductor sabe perfectamente hacia dónde quiere llevarte. Hay una serie de televisión en camino.
lo peor
Nada. Salvo que voy a tener que emplear tiempo en darle una relectura para intentar cazar todo aquello que se me escapó la primera vez. Y eso ni siquiera es algo malo.


Sopa de libros #1 ¿Adivinas de qué libro estoy hablando?

lunes, 17 de agosto de 2015

Tengo síndrome de Diógenes digital. Acumulo mierda en el ordenador que luego no soy capaz de arrastrar a la papelera de reciclaje y en Chrome no hago más que crear carpetas y carpetas de favoritos donde guardo links de cosas que pretendo leer más tarde, pero que nunca vuelvo a mirar. Así que como soy incapaz de hacer limpieza, por lo menos voy a intentar darle salida en el blog a todas esas historias, artículos y reseñas interesantes que voy almacenando. Una sopa de enlaces (y de libros) con truco.

La sopa de enlaces y libros la colgaré aquí cuando haya acumulado unas cuantos textos que crea que merece la pena leer. Y el truco es un pequeño juego, muy sencillo, que os propongo: cada post de esta sección tendrá escondido parte del título de un libro. Para adivinarlo, os daré una pista antes de empezar y señalaré en mayúsculas las letras (en orden, lo pongo fácil) de esa parte del título.

pista
No se ha publicado todavía, pero ya sabemos que es un libro basado en un fanfiction que, a su vez, estaba incluido dentro de otro libro a cuya protagonista le gustaba mucho fangirlear.

1. Lo que Compraremos en otoño. Publishers Weekly ha publicado una lista con las novedades más esperadas de este otoño. Y aquí, lo mismo, pero en literatura infantil y juvenil (otra pista más: el libro oculto está en una de esas dos listas).

2. De portAdas. Me da igual las veces que me digan que no juzgue a un libro por su portada. Veo una bonita y me lo tengo que llevar. En esta fotogalería están recopiladas 12 de los 50 mejores diseños de este año. Algunos son para enmarcarlos y colgarlos en el salón.

3. La eteRna lista de pendientes. ¿Cuánto crees que vas a tardar en leer todos esos libros que tienes aparcados en el cajón de to-read? Hay una calculadora que te da la respuesta.

4. El best-selleR del verano. En realidad, lleva siendo un éxito desde antes incluso de que se publicara, en enero. La chica del tren es el típico caso de ese thriller súperventas del que no puedes escapar; el año pasado ocurrió con Perdida y, hace dos, con La verdad sobre el caso Harry Quebert (yo piqué con ambos, por supuesto). Goodreads explica en este larguísimo post por qué el clásico boca-oreja que impulsa estos ejemplos de éxito funciona incluso mejor en Internet.

5. GreY. Para reírse a carcajadas es esta recopilación de motivos que demuestran por qué Christian Grey es el peor amante de la historia. Y si os quedáis con ganas de más crítica bien hecha, la reseña de Alejandra en el blog Un día de otoño también merece la pena.

Bonus: Esto cae en la categoría de autobombo y queda fuera de la adivinanza, pero he escrito un reportaje sobre los clubes de lectura en Madrid que igual os hace gracia. Además pude entrevistar a Inma, del blog Millones de letras, porque organiza cada mes un club de lectura juvenil que tiene muy buena pinta.


Fácil, ¿verdad? Pero si no tenéis ni idea u os tienta hacer trampas, la solución la encontráis pinchando en leer más. Pasad el ratón por encima del hueco en blanco y veréis la portada del libro.

Recuento #6: Julio 2015

jueves, 13 de agosto de 2015

Mitad de mes no es el mejor momento para hacer el recuento de lecturas de julio, pero entre que a una le gustan las listas y que se le echa el tiempo encima sin darse cuenta... Ahí va uno de esos gráficos pasado-presente-futuro con los libros que he leído el mes pasado, los que apunté a mi lista de pendientes y los que estoy leyendo. 

Julio ha sido un mes a medio camino entre la flojera y el no-cumplo-mis-retos-ni-de-coña. Al menos, de tres libros leídos, he conseguido reseñar dos:

Agosto está siendo (de momento, siempre puede torcerse mi racha) un mes mucho más productivo. Ahora mismo tengo Reportajes, de Joe Sacco, a la mitad y estoy a punto de finiquitar American Gods, de Neil Gaiman, que ya tiene unas cuantas papeletas para ser una de mis mejores lecturas del año.


Reseña: Pastoral americana, de Philip Roth

sábado, 8 de agosto de 2015


Pastoral americana. Mondadori. 1997. 512 páginas

Seymour Levov, modelo a seguir por todos los muchachos judíos de New Jersey, gran atleta y mejor hijo, sólido heredero de la fábrica de guantes que su padre levantó desde la nada, ha rebasado la mitad del siglo XX sin conflictos que puedan estropear su dorada Arcadia, una vida placentera que comparte con su mujer Dawn, ex Miss New Jersey, y con su hija Meredith. Y es en este preciso momento,con su vida convertida en un eterno día de Acción de Gracias en el que todo el mundo come lo mismo, se comporta de la misma manera y carece de religión, cuando el Sueco Levov verá derrumbarse estrepitosamente todo lo que le rodea.




Sé que hay libros densos, de esos que no es fácil (y, a veces, ni siquiera realmente agradable) leer. Libros que te exigen concentración, compromiso y hasta un poco de cabezonería para terminarlos. También sé que Internet y los ordenadores han estropeado mi cerebro. El tuyo, el mío y el de gran parte de la humanidad (no, las víctimas no son solo los millennials). Concentrarme durante media hora en leer un libro sin echarle un rápido vistazo a mi móvil o a la pantalla del ordenador para comprobar si tengo un correo nuevo es tarea imposible.

Hasta ahora sabía, además, una tercera cosa: que todavía era capaz de mantener un sano equilibrio entre mis neuronas espasmódicas y la lectura densa, un punto intermedio que me permitía leer casi cualquier libro, también esos que te hacen caminar por travesías llenas de obstáculos. Pero después de leer Pastoral americana, solo tengo dudas. No sé si mi cerebro se ha arruinado para siempre, si el libro era demasiado para mí, o si simplemente me siento muy condicionada por la fama que le precede –premio Pulitzer incluido en el currículum y una película en camino- como para clasificarlo como una mala lectura. 

Voy a atreverme a ponerlo por escrito: leerlo fue a ratos una tortura.

Pastoral americana es el conflicto generacional llevado al extremo. El Sueco Levov, su protagonista, encarna el ideal del sueño americano: tercera generación de una familia judía en Estados Unidos, el mejor atleta en sus años de instituto y casado con una miss, asume la dirección de la fábrica de guantes que su padre consiguió levantar de la nada. Su hija, Meredith, es la bomba que hace estallar esta idílica estampa de la clase media-alta. Y lo hace en el sentido más literal posible. Cuando su padre confía en que sea ella, la cuarta generación, la que perfeccione aún más la esencia estadounidense, Meredith se rebela y, a modo de protesta contra la guerra de Vietnam, contra su padre y contra la propia idea del país que les ha acogido, planta un explosivo en la oficina de correos del apacible pueblo donde viven y mata a un médico.

Pastoral americana es demencial. Pero lo más perturbador no es la deriva de Meredith hacia la locura, sino el modo en que su padre encaja estoicamente los golpes. Demasiado perplejo por lo que le está ocurriendo, es incapaz de hacer algo más que no sea limitarse a observar cómo el caos familiar se desata delante de sus narices.

Si la historia tiene tanto jugo (de hecho, esto iba para el armario de las mini-reseñas y aquí estoy), no sé qué demonios me hizo sufrir tanto mientras leía. Pero me resultó tediosa como pocas. La acción se hace de rogar y, entre salto y salto en el argumento, hay páginas y páginas de reflexiones eternas y explicaciones excesivamente detalladas sobre cómo se fabrica un buen guante de señora. La primera vez me resultó curioso. La segunda, ligeramente cansino. A la tercera, opté por leer esas partes en diagonal. Así que o fue el propio libro quien me sacó de la lectura o yo no tengo la paciencia que se necesita para admirar tanto lujo de detalles y tanta profusión en cuestiones que en nada hacen avanzar la trama. 

Lo mejor de todo: no desisto con Philip Roth. Después de ponerle dos estrellas en Goodreads, solo se me ocurrió añadir La mancha humana a mi lista de pendientes. Puede que, después de todo, lo de mi cerebro todavía tenga solución.


Lo mejor: El original planteamiento narrativo: es uno de los compañeros de la infancia del protagonista, un novelista, quien tras la muerte del Sueco decide hacer un ejercicio de imaginación y escribir lo que cree que podría haber sido su vida.
Lo peor: Lo tedioso de muchos de los pasajes del libro, lo lento que avanza el argumento, la cantidad de páginas dedicadas a relatar la vida industrial de la ciudad de Newark, lugar de nacimiento de Levov (y de Philip Roth).