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Planeta 2015 496 páginas
Reseña
Siempre pico. Me ponen delante un thriller superventas del que todo el mundo habla y pico. La chica del tren se me cruzó por delante una tarde de domingo y, a la mañana siguiente, ya lo había terminado. Ahí se acaba lo bueno de esta historia que comienza con un tren. El de las 8.04. El que Rachel toma todas la mañanas. Y desde el que ve la vida perfecta que Jason y Jess, un joven matrimonio del que no sabe nada, llevan en una de las casas que ella contempla cada día a lo largo del recorrido de las vías. Entonces, la mujer a la que observa todas las mañanas desaparece en una noche de sábado de la que Rachel no recuerda nada.
Hacía tiempo que no me encontraba con un conjunto de personajes tan detestables. Probablemente desde Perdida. Rachel es una alcohólica que ha perdido el control sobre su vida y que, en lugar de inspirar compasión, llega a ser repulsiva y exasperante. No es lo peor con lo que el lector se encuentra. Por las páginas de La chica del tren desfilan otros cinco personajes principales, cada uno con sus secretos y sus miserias. Ninguno de ellos consigue arrancar el menor atisbo de empatía.
Hacía tiempo, también, que no leía una novela con tanto tufo a telefilme de sobremesa. Sí, probablemente desde Perdida. Las comparaciones entre ambos libros son recurrentes en todas las entrevistas que le hacen a su autora, Paula Hawkins, una periodista británica que ya había escrito varias novelas románticas sin apenas reconocimiento. Las dos novelas han sido un éxito fulminante, tejido alrededor de la desaparición de una mujer joven y guapa, y aderezado con maridos sospechosos y relaciones amorosas destructivas que se derrumban. Ahí terminan las similitudes.
Perdida, con todas sus incongruencias y ese personaje principal totalmente histérico y sacado de tiesto, guardaba un giro en el argumento que nadie se podía esperar. En La chica del tren, ni siquiera hay ese pequeño consuelo, sino que el final se ve venir desde la mitad del libro. Y eso que yo soy de ese tipo de lectores que nunca, nunca adivina quién es el asesino. De hecho, me pasé las últimas 50 páginas pensando que, en el último momento, la historia iba a dar otro giro. Buscaba pistas escondidas en cualquier frase y sonrisa de los personajes. Pero no ocurrió nada más... excepto que el final resultó ser tan decepcionante como ya preveía.
Le reconozco a La chica del tren que la historia comienza muy bien. La lectura es ágil, el ritmo es relativamente rápido, los capítulos se desarrollan en una atmósfera de paranoia muy conseguida y el argumento parte de ciertas premisas que resultan muy atractivas. El tren que nos lleva cada día al trabajo, desde el que vemos pasar por delante de nuestros ojos vidas captadas en milésimas de segundo y de las que no tenemos mayor idea que esa foto fija. La curiosidad por el día a día de los demás, por saber qué ocurre tras las puertas cerradas y las persianas bajadas. La necesidad de sentirse parte del algo, aunque ese algo sea una historia oscura y violenta. Lástima que lo que tan bien comienza, termine siendo otro atajo de lugares comunes y escenarios trillados.
Hacía tiempo que no me encontraba con un conjunto de personajes tan detestables. Probablemente desde Perdida. Rachel es una alcohólica que ha perdido el control sobre su vida y que, en lugar de inspirar compasión, llega a ser repulsiva y exasperante. No es lo peor con lo que el lector se encuentra. Por las páginas de La chica del tren desfilan otros cinco personajes principales, cada uno con sus secretos y sus miserias. Ninguno de ellos consigue arrancar el menor atisbo de empatía.
Hacía tiempo, también, que no leía una novela con tanto tufo a telefilme de sobremesa. Sí, probablemente desde Perdida. Las comparaciones entre ambos libros son recurrentes en todas las entrevistas que le hacen a su autora, Paula Hawkins, una periodista británica que ya había escrito varias novelas románticas sin apenas reconocimiento. Las dos novelas han sido un éxito fulminante, tejido alrededor de la desaparición de una mujer joven y guapa, y aderezado con maridos sospechosos y relaciones amorosas destructivas que se derrumban. Ahí terminan las similitudes.
Perdida, con todas sus incongruencias y ese personaje principal totalmente histérico y sacado de tiesto, guardaba un giro en el argumento que nadie se podía esperar. En La chica del tren, ni siquiera hay ese pequeño consuelo, sino que el final se ve venir desde la mitad del libro. Y eso que yo soy de ese tipo de lectores que nunca, nunca adivina quién es el asesino. De hecho, me pasé las últimas 50 páginas pensando que, en el último momento, la historia iba a dar otro giro. Buscaba pistas escondidas en cualquier frase y sonrisa de los personajes. Pero no ocurrió nada más... excepto que el final resultó ser tan decepcionante como ya preveía.
Le reconozco a La chica del tren que la historia comienza muy bien. La lectura es ágil, el ritmo es relativamente rápido, los capítulos se desarrollan en una atmósfera de paranoia muy conseguida y el argumento parte de ciertas premisas que resultan muy atractivas. El tren que nos lleva cada día al trabajo, desde el que vemos pasar por delante de nuestros ojos vidas captadas en milésimas de segundo y de las que no tenemos mayor idea que esa foto fija. La curiosidad por el día a día de los demás, por saber qué ocurre tras las puertas cerradas y las persianas bajadas. La necesidad de sentirse parte del algo, aunque ese algo sea una historia oscura y violenta. Lástima que lo que tan bien comienza, termine siendo otro atajo de lugares comunes y escenarios trillados.
lo mejor
Es de ese tipo de libros que se leen en un suspiro, sin apenas esfuerzo. Comienza muy bien, aunque luego se desinfle. Buena parte de la acción se desarrolla en una atmósfera paranoica muy creíble.
lo peor
Los personajes son detestables, el final resulta previsible, el argumento cae rápidamente en tópicos dignos de un mal telefilme y al final queda la sensación de que, aunque la premisa era buena, la autora no ha sabido aprovecharla.